miércoles, 31 de julio de 2019

Yo, Sifón - Capítulo 6


Yo, Sifón, aún me acuerdo, vaya si me acuerdo de cuando estuve en la Casa de Los Leones en Calamajor. Podría llamar "El silencio de los vecinos" la importante lección que allí aprendí.
El dueño de la casa había abrazado ardientemente en su primera juventud la moda que llamaré "condesado" cuyos devotos bebían whisky en público como medio de mostrar opulencia, pretendían ser de buena familia y mostraban comportamientos supuestamente de gran clase y se pirraban por estar al lado de quienes consideraban importantes o ricos. El ramalazo del condesado, en mayor o menor grado, los acompañó a todos ellos toda la vida. Este hecho explica la reacción de mi anfitrión a los hechos que posteriormente narraré.
A mi anfitrión le encantaba recibir gente en su casa, para poder presumir de ella, y montar guateques sintiéndose el centro de atención como gran señor. A estos guateques asistían gentes de muy distinto pelaje aunque por supuesto sus preferidos eran "las finas".
De los asistentes habituales destacaré a Namora, que tenía el vicio de cambiar muebles y plantas de sitio, lo que le valía duras reprimendas y que finalmente fue causa de su expulsión. Mr. Poppers, que tenía una manera de andar muy peculiar, como simiesca, y que daba la impresión de ser un beodo en el limbo. El Sr. Ona, también llamado Don Ram, que contradiciendo su porte y apariencia sólo abría la boca para decir tonterías y chorradas. Quefina que, cual oráculo del fin del mundo, sólo daba noticias apocalípticas sobre las tortugas, las abejas, la salud de los mares, la contaminación, el ozono, los residuos, los gases de las vacas, y mil cosas más. Su actuación estelar la representó el día en que llegó indignada por no se qué lío había tenido con su novio, y puesta de pie y hablando cual profeta dijo:
"Un fantasma recorre Europa, un fantasna que provoca irresistibles ansias de mirar al Congo".
Me suele ocurrir que aparezca alguien que por mi se siente fascinado. En esta casa fue Firmo Mier de Cilla, que me dedicó esta canción:

"Sifón, sifón, sifón. Maravilloso con palo y vermut
Y a pelo también
Si, sí, sí. A pelo, a pelo, a pelo".

Lo que viene a cuento de mi narración es que en los guateques, según pasaban las horas y aumentaba la ingestión, las voces y risotadas iban en aumento y se llegaban a oír desde el quinto pino.
Sucedió que una pareja de buen porte se mudó a la casa colindante. Ambos nuevos vecinos mostraban una exquisita cortesía, más bien como medio de marcar distancia y era destacable que desde su casa no trascendía el mínimo ruido. Con frecuencia reunían a nutridos grupos a cenar e incluso en estos casos su casa parecía un sepulcro.
Jamás protestaron al vecino por sus escandaleras y he aquí que esto provocó el milagro al tocar su vanidad de "condesado". Mi anfitrión se sintió como de clase ínfima y esto era algo que no podía soportar y que tuvo como consecuencia que la Casa de los Leones se convirtiera también en un sepulcro para disgusto de sus fiesteros invitados, especialmente Mr. Poppers.
En El Arte de la Guerra, escrito hace 2.500 años y hoy día libro de cabecera de altos ejecutivos, Sun Tzu considera la más sublime manifestación de dicho arte el saber vencer sin llegar a combatir.
El silencio de los vecinos logró con maestría esta maravilla.

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