viernes, 18 de octubre de 2019

Yo, Sifón - Capítulo 18


Yo, Sifón, aún me acuerdo, vaya si me acuerdo de cuando estuve en el Club 71, un bar situado en la calle General Barceló haciendo esquina con la calle San Pedro, junto a la plaza Atarazanas. Eran mediados los años 80, cuando ya habian pasado de moda las llamadas barras americanas, lo que había sido este bar; gracias a que estaba cerrado lo pudieron coger, abriéndolo en plan semi-privado, unos amigos.
Llegué al sitio un jueves y con lo primero que sorpresivamente me encontré fue que al abrir el local, sobre las siete de la tarde, comparecieron unos cuantos jóvenes a los que se les dieron barras de pan; nunca tal cosa había visto ni hubiese esperado ver en un bar. Uno de ellos se la zampó en seco allí mismo y los demás desaparecieron para al poco volver; al parecer alguien les había regado el pan con aceite y sal e incluso uno había conseguido un embutido.
Inenarrable fue lo que después aconteció. Aquella velada tuvo lugar la actuación de un joven, que por lo visto había insistido en hacer un solo pretendiendo ser experimentado artista. Apareció con un vestido extraño de mujer, todo arrugado y sucio y que parecía recién sacado directamente del contenedor de la basura. Al arrancar a cantar, uno, que luego supe era de los responsables del local, se ausentó de la sala. Regresó al terminar el show y oí que Namora le decía "esto ha sido espantoso, lo peor que he visto en mi vida, la gente se atreve a todo". "No he podido verlo, le contestó, sentí una espantosa vergüenza ajena y me tuve que ir; no creo que ninguno de los presentes vea alguna vez algo peor. Nunca olvidarán este día; sí lo harian si se hubiese tratado de algo normal".
Al poco, cerca de mi en la barra arrancó esta peculiar conversación: "a mi sólo me gustan las mujeres y bien hago mi papel en la cama, pero también me gusta cambiar de rol y que sean ellas las que me hacen de hombre; quiero salir del armario, dejar de esconderme; trabajo en el aeropuerto y quiero decir mi verdad a todos; quiero dar ejemplo y animarles a salir del armario, ¿qué te parece?". Esta fue la respuesta: "haz lo que te parezca, aunque dudo mucho que tu ejemplo cunda y se te corresponda, recuerda lo que dijo aquella lúcida persona: la sinceridad es una cosa muy bonita, pero no hace falta tanta".
Al día siguiente el bar se animó. La apariencia e indumentaria de los presentes era de lo más dispar: extranjeros trajeados, extrañas mujeres como putonas, jóvenes, unos digamos que muy modernos, otros del tipo llamado "se busca la vida". Uno de estos últimos jóvenes, que destacaba algo como líder, era llamado Sr. Pérez; no pude saber el por qué de tal tratamiento fuera de lugar.
Mucha gente se metía detrás de la barra; imposible me resultó saber quien mandaba allí y que papel pintaba cada cual. Lamutter era quién más servía a los clientes y quien también organizaba a los artistas, ya que cada viernes un grupo de amigos se montaba un show por libre y que tenía buena convocatoria. Del show destacaré la actuación de un debutante al que le entró el pánico escénico y que se quedó petrificado, sólo pudiendo mover la boca como un autómata y sin poder acompañar para nada la canción, y a los tres chicos que luciendo minifalda imitaron al trío La, La, La, ofrecieron una visión más estrambótica imposible. También se vieron talentos incipientes a los que, más tarde supe, allí ellos mismos se descubrieron.
Inexplicable para mi fue lo que vino al poco después del show: el local se quedó completamente a oscuras con toda la gente dentro; el silencio también reinaba y sólo era quebrado por algún jadeo o palabra suelta. Esta, digamos extraña sesión, duró dos horas largas. Que hacían un especial tipo de meditación fue lo único que se me ocurrió.
Al día siguiente sobre las cuatro de la tarde llegó al bar un nutrido y animado grupo. Se sirvieron bebidas y por las conversaciones supe que venían de hacer una sardinada frente al mar, al lado del chiringuito que atendía La Bella de la Bahía. Al poco, al igual que el día anterior, el bar quedó a oscuras. De los murmullos que de pronto se oían sólo puede entender en una ocasión "así, así, en seco". Un joven alemán, al que por lo visto habían conocido durante la sardinada, y que parecía que no sabía bien de que iba la cosa, protestaba de tanto en tanto.
¡Ay el domingo! Unos alemanes pagaron una fiesta para todos, yo diría que muy low cost, en la que había barra libre de lo que se dió por llamar "sangría" y unas latitas de paté acompañaron las habituales barras de pan. No voy a relatar lo que ese día ocurrió, siguiendo el ejemplo de personas a las que he visto censurar partes, que consideraban improcedentes, de lecturas que hacían a sus amigos o a los que les entregaban fragmentos de textos.
Así procederé aunque dude de que hago lo correcto privando de informaciones, conforme a lo que un día oí decir a Ombra "no nacemos enseñados y el aprender no es una opción, es una necesidad; lo ejemplificaré: debes aprender a manejar algo explosivo tanto para evitarte un desastre como también para poder aprovechar sus beneficios; puedes querer no saber nada de él, pero tus contrarios puede que sí, con lo cual tu opción de ignorancia te dejará en una desventaja quizás suicida. Todo no se puede saber, pero es imprescindible aprender lo necesario para desenvolverse satisfactoriamente y para evitar desventajas y ruinas".
Y, Yo, Sifón, pienso, cerrar los ojos o que te ayuden o no abrirlos puede que te evite trastornos, que te resulte confortable y tranquilizador, pero si la ignorancia es sobre cosas que te afectan o que te pueden afectar puede conllevarte inasumibles consecuencias.
No mucho tiempo después, y estando yo en el bar La Oveja Negra, en la calle Jaime Ferrer, me enteré de que el Club 71 había sido pasto de las llamas y también de lo que sentenció Namora "este fuego no ha sido un accidente, ha sido un castigo, el mismo fuego que destruyó Sodoma".

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