Yo, Sifón, aún me acuerdo, vaya si me acuerdo de cuando estuve en un piso que ocupaba Metël.lo Cecil en la calle Felipe Bauzá, encima del bar La Cava. Fue la segunda ocasión en que vi a una ratita paseando por una casa. Al segundo día de mi llegada nos visitó Mitia Auxiliadora y por la conversación que mantuvieron ambos dialogantes supe de la existencia de singular personaje, Trufa, que debía tal nombre al de su tienda, situada al comienzo de la calle Herrería, en pleno barrio chino.
Estuve en la tienda Trufa, contó Mitia, y me resulta difícil definirla, no sabría como explicar que se puede ir allí a comprar, no parece propiamente una tienda, tiene un salón que se puede cerrar con una cortina, con una cafetera y una pequeña nevera con latas. En este salón hay, aparte de sillas y una mesa, un sofá que goza de una leyenda: que irremisiblemente te duerme si te sientas en él. Personalmente pude comprobar la verdad del aserto, tal y como Trufa me advirtió. Sabemos del poder soporífero, para muchos, de los sofás, especialmente en combinación con la televisión, pero que un sofá te duerma aunque estés en activa conversación parece un hecho paranormal. ¿Puede ser?. Bueno, nada normal tiene ese local. Hay un constante ir y venir de gentes, los más de dudosa catadura, que se sirven bebidas ellos mismos, que cuchichean por los rincones, en fin, que no sabes que se llevan entremanos ni que pintan allí. Nadie compra nada. Muchos de los visitantes son o gordos o muy delgados. Cuando llegué había dos hombres bien bien maduritos sentados en el salón. Uno gordo y el otro flaco como una calavera y que lucía un peluquín que parecía más viejo que él; al gordo lo acompañaba un perro tal su hechura, eran como padre e hijo, al perro parecía que no lo habían lavado en siete vidas y tenía un nombre en francés, del que no me acuerdo, ya que su dueño, por lo que contó, había vivido largos años en París regentando un putiferio de lujo. Los putiferios, siempre que te cuentan, son de lujo, como si esto les otorgase un barniz de dignidad; bueno, en general se pretende investirse de superior categoría con lo caro. Trufa no les hacía ningún caso, como si fuesen dos muebles más. No pude saber que hacían o que esperaban allí. Mi visita, como la de los demás, terminó abruptamente cuando compareció un joven muy moreno, lo que provocó que Trufa, con sus maneras que bien conoces, nos despidiese.
Creo que el local es también un poco hostal, continuó con el tema Metël.lo Cecil; esta tienda viene a ser como una prolongación de Trufa, de su propio caos, y poco durará como todo lo suyo. Hay un algo indefinible en su persona, como si le faltase un no sé qué, y al mismo tiempo tiene una lucidez y unas cualidades poco comunes. Tengo una anécdota suya. Nos conocíamos hacía ya un tiempo y habíamos tenido algunos satisfactorios tratos, pero no se podía decir que fuesemos grandes amigos. Un día nos vimos por la calle y vino azoradamente hacia mi. Le habían ido con el chisme de que yo estaba en la cárcel y me dijo que le había extrañado y que había intentado corroborarlo para, si era cierto, venir a verme por si necesitaba algo. Mucho me costó que se convenciese de que se trataba de un bulo; por lo visto la fuente del tal, que no me desveló, le merecía confianza. Al convencerse de lo que yo le afirmaba, se le puso como un rictus de desagrado. Difícil resulta comprender hechos deplorables que uno no haría. Ese día aprendí que nunca sabes, en caso de verdadera necesidad, de donde vendrá la mano amiga.
"Es tan tonta, tontísima, que se cree que detrás sólo hablan bien de ella", este comentario, continúa Cecil, que un día me hizo Trufa, muestra por sí solo la brillantez de su mente, mente singular en la que no caben maledicencias, rivalidades, tonterías ni ruindades. Como no puede estarse rato en un sitio, se gana la vida con una especie de venta ambulante a conocidos, muy exitosa por cierto, gracias a su no saber estar nunca parado y a su excelente reputación. Su punto flojo son las partes nobles y estas son las responsables de la ubicación de su tienda, en el barrio precisamente, un picadero en realidad, que abre y cierra cuando le da gana o que bien deja atendiendo a cualquier conocido que se tercia; plaza por cierto muy solicitada ya que provee de "excelentes relaciones". Los bajos han sido los culpables de sus desventuras y desatinos, que no han sido ni pocos ni veniales, y responsables de que siempre tenga el bolsillo pelado. Pertenece a esta rama de personas a las que la promiscuidad no les basta, necesitan además cuelgues y enredos varios ¡Ay! los infortunios de las partes nobles.
Limpieza intelectual, recto proceder, cumplir la palabra dada, son cualidades por muchos admiradas y por pocos practicadas. Cómo alguien de pocas luces y sin haberse instruido en ellas las tiene es un misterio insondable, al igual como lo son los gustos y las aptitudes personales. Te puedo asegurar que estas virtudes Trufa las posee, y en altísimo grado.
Maravilloso y al mismo tiempo fatal fue para mi este día. ¿Qué otro sifón ha oido tales cosas?. Después de escuchar lo narrado me entró una especie de obsesión, ya en ningún otro sitio quería estar como no fuese la tienda Trufa, poder ver y oír las extrañezas que sin duda solamente allí se daban; que se me diese la oportunidad de tener delante a ese ser insigne y tan maltratado por Cupido, que lo enreda sin fin en fatales marañas, celoso quizás de sus dones, y sobre todo furioso por saber que no podrá evitar que finalmente a Trufa su copa le sea llenada por el efebo Ganimedes.
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