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sábado, 27 de julio de 2019

Yo, Sifón - Capítulo 5


Yo, Sifón, aún me acuerdo, vaya si me acuerdo de cuando estuve junto a aquella ventana en los Pullman desde la que claramente divisaba la cafetería Rembrandt, la piscina y la entrada de la sala de fiestas Panam's, en la que trabajaba como vedette mi anfitriona. El apartamento era un continuo ir y venir de amigas, también de la farándula como se podía deducir tanto por sus descocadas indumentarias como por sus peculiares nombres obviamente artísticos: La Galga, La Matusalén, La Fokeichon, La Muñeca Diabólica, La Sisí, La Estrecha, La Milamores, La Bella de la Bahía, La Albóndiga, La Niño, La Tutú, La Susi, La Horribla, La Mata-Hari, La Diabólica, La Mami... A mi modo de ver compartían todas ellas un algo extraño, tanto en su apariencia como en sus modos, que no pude definir. Hacían uso de un lenguaje bastante ordinario y grosero aunque con salidas ocurrentes con frecuencia malignas. Sus conversaciones solían consistir en despotricar a alguien.
O bien eran las mejores amigas o bien las personas más caritativas posible ya que a mi anfitriona la llamaban la Guapa de Panam. Se dice que la belleza está en el ojo del que mira, pero muy mal tendría que tener el ojo quien pudiese considerar guapa a ese ser.
La Bella del Siglo, nombre que tampoco para nada la definía, estaba fascinada conmigo y en toda ocasión en que aparecía por el apartamento me dedicaba esta canción:

Sifón, sifón, sifón - Sifón por aquí, sifón por acá
Y, sí, sí, sí, también por allá.

A diario iba esta pandilla al bar Papa Whiskie, que estaba situado en la calle justo enfrente de La Sifonería, en donde ahora me encuentro divinamente jubilado.
Por lo que oí este bar era, digamos, peculiar. Estaba regentado por dos dignísimos mallorquines, que además de obviamente atender, dedicaban gran parte de su actividad en tirar constantemente ambientador para disimular el potente olor de lo que allí se fumaba. La clientela era por lo visto de sangre bastante caliente, lo que conllevaba que las peleas fuesen constantes y que obligaban a los propietarios a esconderse debajo de la barra para evitar ser alcanzados por alguna botella lanzada a modo de proyectil. Debido también a dichas batallas los taburetes, usados como espadas, estaban desencajados y mostraban al sentarse sobre ellos un suave balanceo.
¿Qué hacían mi anfritriona y sus amigas en tal lugar? ¿Por qué iban allí a diario?
Una pista quizás la podría dar el hecho de que con frecuencia mi anfitriona regresaba del bar con compañía masculina.
En una ocasión uno de estos "amigos" le dedico un precioso piropo que me dió a entender que ella era persona honrada, veraz y de palabra.
"Guapa de Panam, le dijo, de verdad te puedes aplicar a ti este fantástico slogan publicitario:
Pizzas Samantha's
¡Sin engaños! 28 centímetros reales.

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