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lunes, 22 de julio de 2019

Yo, Sifón Capítulo 4 & Afterwork Vermut los lunes tarde


Yo, Sifón, aún me acuerdo, vaya si me acuerdo de cuando estuve en una casa de Sa Pobla en donde desde mi posición podía observar el trajín de parroquianos del bar Casa Miss. En la casa vivía un hombre de pasados los 60 años y con un acento que nunca antes había oído y que no volví a oír hasta pasado largo tiempo y entonces supe que procedía del cono sur de América. No fue está la única novedad, una mucho más extraordinaria protagonizaba este hombre: vivía muy preocupado por lo que comía, lo que lo convertía en un bicho raro en unos tiempos en los que los padres advertían a sus hijos que no había nada peor que coger manías con la comida. A día de hoy este buen señor, caso de ser conocido, sería visto como un iluminado del pasado que vivió rodeado por la necedad.
El mismo día de mi llegada mi anfitrión recibió la visita de un amigo quizás algo mayor que él. Toda la primera parte de su conversación giró en torno de sus mutuas dolencias, los diversos medicamentos que tomaban y de sus previstas visitas a médicos y próximos análisis y pruebas clínicos. Seguidamente pasaron a tratar problemas de la misma índole de familiares y conocidos: que si a fulana le han encontrado eso, que si a mengano lo tendrán que operar, que si... Especialmente me llamó la atención la supuesta confirmada causa de un gravísimo problema que tenía un amigo con una parte concreta del páncreas de nombre singular: era debido a que era "huesero", tenía el fatal hábito al comer carne de dejar los huesos bien limpios. Siempre me ha llamado la atención la facilidad con que se abraza la credulidad y se afirman cosas que ignoran.
Seguidamente la conversación pasó a la alimentación y cual niño avergonzado cogido en falta reconoció que no siempre comía como debía aún siendo consciente de su mal obrar, aunque sin nunca llegar a cometer el exceso de limpiar los huesos. Reconoció también haber caído pocos días atrás en gravísima falta y varias veces necesitó su amigo preguntar que había comido para que acabase diciendo una palabra al parecer maldita: asado.
En ese instante me pareció notar como un temblor y como si una neblima invadiese la estancia, ¿era posible que esa palabra hubiese invocado la presencia del maligno? me pregunté. Curiosamente parecía que sólo yo me había dado del fenómeno ya que los contertulios continuaban como si tal cosa. No sería hasta muchos años después cuando ya jubilado en Sa Sifonería me aconteció un hecho parecido cuando alguien pronunció "alimentos procesados".
No fue este el único evento esóterico ocurrido en aquella casa. Apareció una indefinible persona a la que fasciné y que entrando en una especie de éxtasis me dedicó un mensaje que a mi, Sifón Higiénico Picsa, me resultaría premonitorio:

Así habló el gran profeta
Qué sólo el sifón te importe
Qué sólo La Sifonería te importe
Así habló Khem El Hameta, El Profeta


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