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sábado, 24 de agosto de 2019

Yo, Sifón - Capítulo 10


Yo, Sifón, aún me acuerdo, vaya si me acuerdo de cuando estuve a principios de los 70 en casa de Doña Tecla. Muy interesante fue mi estancia en tal lugar ya que a través de las conversaciones que oí me enteré de la vida y milagros de personajes singulates del momento.
Desde este apartamento situado en la plaza, hoy de Francesc Rosselló, podía yo divisar la famosa discoteca Barbarela y por las conversaciones que escuché de Doña Tecla con un amigo del que no recuerdo su nombre pero si su característica de lucir un abundante pelo morenísimo supe que enfrente de tal discoteca se encontraban otras dos, Bavaria y Crazy Daizy. Estaban estas situadas en los sótanos debajo del bar Don Pablo, una barra americana, un tipo de local muy extendido en aquellos tiempos que estaba atendido por "camareras" de alterne. El alterne consistía en que el cliente para poder hablar "alternar" con la chica debía invitarla a whisky a precio superlativo. Aunque no era obligatorio la mayoría de estas señoras o señoritas hacían "favores" a cambio de generosidad.
Supe que la persona morenísima mentaba era gran cliente de Barbarela, en donde se pasaba largas horas bailando y, casualidades de la vida, muchos años después me enteré de que también frecuentó la discoteca Dorian, que se abrió en el local que ocupaba Crazy Daisy, y mucho más espectacular, supe que el paso de los años para nada habían afectado ni a la cantidad ni al color de su pelo, sino que al contrario, tenía más y más moreno. Igual estuvo en Lourdes, pensé. Sea como sea espero le favoreciese la mejora ya que en muchas ocasiones los planes de reforma suelen producir resultados muy contrarios a los esperados. Ay, pocos son quienes como principal mejora se ponen como loable objetivo tener la cabeza en su sitio.
Un visitante habitual de la casa era el relleno y feo Pacho, procedente del cono sur, cuarentón-cincuentón con aires de beata imperial y oscuros orígenes, según él muy elevados, que merecía desde luego lugar destacado entre la fauna gomilera de aquellos tiempos.
"El Terreno es el único lugar de Mallorca en donde puede residir la gente bien y con clase"  Esta frase la pronunciaba Pacho siempre que se terciaba a modo de divisa.
Un buen día en el transcurso de una reunión subida de tono, a altas horas de la madrugada y con amistades de variado pelaje, doña Tecla hizo este retrato del sujeto:
"Pacho habla varios idiomas aunque su única actividad conocida es la de timador de todo el que se pone a su alcance: amigos, enemigos, chaperos y la amplia gama de extranjeros tipo madame croqueta que conoce. 
Tiene tales artes en levantar dinero con todo tipo de estratagemas que al que todavía no le debía nada voluntariamente se le ponía a tiro para no ser menos. Como fue el caso de la Trapos, persona inestafable donde las haya, que consiguió ser su víctima con un préstamo, por supuesto nunca devuelto, de unas 3.000 pesetas, que prestó con la garantía de un encendedor de dueño desconocido y conseguido quien sabe como. Eso sí, ni robado ni comprado, menesteres a los que nunca se dedicó el digno Pacho.
El dinero una vez conseguido fue rápidamente gastado en comidas en restaurantes bien, en fiestas y alternes. Nada de ahorro ni previsión. Este proceder ofrecía la posibilidad a quien había sido víctima días atrás de beneficiarse de alguna invitación aparatosa hasta con orgía incluida. No todo son pérdidas con él.
Su máximo esplendor vino cuando consiguió alquilar "la casa" de la calle José Villalonga, famosa a partir de entonces. Era un palacete: jardín con estatua-surtidor a la entrada, gran salón y gran terraza encima con vistas a toda la bahía y muebles de calidad. El alquiler eran 7.000 pesetas (que equivalía al salario mensual de un camarero). Su habitación que estaba pegada junto al salón (y por la que con diferentes anfitriones desfiló media Europa), era escenario los domingos por la mañana del ritual de reunir a las amistades y hacer el cotilleo de la semana con " el señor " de la casa, en vaporosa bata, desayunando en la cama. 
Una amiga, de familia bien de Palma, se fue a Londres unos meses y le dejó muebles, cuadros y objetos varios de cierto valor para que se los guardase. Pocos días después se anunciaba en el periódico una venta de muebles y enseres "por marchar al extranjero". Así durante unos días se fueron vendiendo las cosas de la amiga y también las cosas de la casa. La dueña se enteró de que le vendían los muebles y se armó un lío que Pacho hábilmente supo arreglar.
Más espectacular fue el caso de la esposa de un banquero que compró la copia de un cuadro que se vendía por auténtico. El precio se fijó en 200.000 pesetas y dio 50.000 en paga y señal, el resto se abonaría al retirar el cuadro.
Acto seguido se montó el frenesí del gasto y las fiestas consiguientes fueron muy comentadas.
Cuando se presentó el marido a retirar el cuadro  y vió el engaño quería ir a buscar a la Guardia Civil. Se tuvo que reunir el dinero a trancas y barrancas para evitar la que hubiese sido gorda.
Lo que no tuvo arreglo fue el disgusto de la amiga cuando volvió y se tuvo que enfrentar al hecho de que aquella persona a la que tenía por seria y honrada, creyente y practicante, se lo había vendido casi todo. Fue una lección de la vida, que como casi todas cuesta dinero, aunque esta parte suele ser la más barata.
Quien sabe, quizás el viaje a Londres le salió más caro y aprendió menos, aunque dudo que supiese ver las cosas de esta manera".
Vaya con Pacho, me dije, si te mantenías cerca de él te podías recuperar, y hasta ganar, de lo que te había estafado y encima con fiestas y orgías. Un timador único, venía a ser como el gerente de una cadena de favores, no me extraña que lo buscasen para ser estafados. Un raro ejemplar más de la lista de estafadores que he conocido, algunos realmente singulares como La Coneja y el Maestro Metias. La ley obviamente castiga la estafa, aunque el estafado podría haber evitado serlo abriendo los ojos por difícil que ello resulte con verdaderos artistas. Los estafadores geniales saben moverse dentro de la ley con lo cual resultan impunes y a la víctima sólo le queda el derecho al pataleo y, como solemos hacer con toda circunstancia adversa dar la culpa de todo a los demás en lugar de hacer el saludable esfuerzo de empezar por barrer nuestra casa. Olvidamos o no queremos ver que nuestro principal enemigo nos lo muestra cada mañana nuestro espejo.

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