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viernes, 1 de noviembre de 2019
Yo, Sifón - Capítulo 20
Yo, Sifón, aún me acuerdo, vaya si me acuerdo de cuando, a comienzos de los 80s, estuve en el bar Día, sito enmedio de la calle Apuntadores. El local era un bar de tapas, con un estilo y con una clientela más informal y más joven que los que tenian los más antiguos bares del mismo enfoque, cuya clientela y personal eran de mediana edad, su ambiente buscaba ser distinguido y se practicaba una sobreeducación que constantemente reafirmaba la dignidad de los presentes.
Mi narración girará sobre dos clientes del bar, Frastínez y Lapabla, y que también lo eran de muchos otros de la zona: Pope, Reina, Rioja, El Coto, Arenas, Lírico... Ambos compartian una peculiaridad: eran "frasistas", tenían la costumbre de ir diciendo y repitiendo frases. Usar frases hechas es un recurso al que todos recurrimos, y al igual que las emociones que todos compartimos, lo que cuenta es la medida o su intensidad.
Unos diez años atrás, estando yo en la Bodega del Mar, en la calle del mismo nombre, supe de la afición de Frastínez por las frases, pero lo que en un primer momento me llamó poderosamente la atención fue el matrimonio Frastínez en sí. Nunca había visto un match, como ahora se dice, más perfecto. En lugar de dos personas parecían una dividida en dos, y no porque se hubiesen mimetizado, lo que sucede a muchas parejas, sino debido a una inexplicable sintonía que hacía imposible imaginar el uno sin el otro. No tenían hijos y daba la impresión de que estaban más allá del sexo. En realidad no creo que nadie pudiese imaginarlos haciendo sexo, ni entre ellos, ni con nadie. ¿Sería este el secreto de tal perfección parejil? ¿Serían vírgenes?. Oí una vez contar de una pareja del lejano poniente de que sólo una vez hicieron uso del matrimonio y que encima esto les bastó para tener un hijo. ¿Acaso los Frastínez ni esa sola vez?.
A lo que iba, el Sr. Frastínez, cuya característica más notoria eran sus rojas mejillas de bebedor de vino, tenía la costumbre de largar una frase, a modo de saludo, siempre que entraba en un local, se encontraba con alguien y en cuanto la ocasión se terciaba. Podríamos decir que él era lo que se llamaba un "afecto al régimen", lo que no le impedía hacer cierta sorna, con su peculiar énfasis, de las frases oficiales, sus preferidas. Estas recuerdo: Gibraltar español, impasible el ademán, adhesión inquebrantable, atado y bien atado, estamos en crisis; apaga la bombilla "ahorre energía, aunque usted pueda pagarla, España no puede"; el agujero de ozono, hay que tapar agujeros; "comamos patatas" pero sin tocar los huevos; futing, a correr, correos; contamos contigo (propagandas sobre el deporte); democracia orgánica (democracia de los órganos, agregaba), el trabajo ennoblece, la pérfida albión (Inglaterra); no hay seriedad hoy en día; esto ya no es libertad, es libertinaje; la juventud de hoy está perdida; yo os amo (parodiando al Papa); soy drogadicto, mi droga es Benedicto y Rita ¿el Papa sabe lo tuyo? (creadas durante la visita papal a Valencia).
Lo de Lapabla era más endemoniado, se quedaba con lo que alguien le decía para repetirlo despectivamente, generalmente cuando comparecía su autor y por supuesto sin que se enterase. Podríamos decir que lo que alimentaba, lo que más divertía a Lapabla, era la inquina. Las frases nada decían en si mismas, el sentido se lo daba el tono de escarnio con que las imitaba. Algunas: son mis amistades, ¡ay! siempre llego tarde, no quiero nada que no sea mío (¡ladrona! agregaba), el mercedes de papá, soy prosaica, soy muy natural, estoy medio abierta; apunta, ya pagaré. Nadie de su círculo estaba libre de su frase denigratoria que le identificaba a modo de mote.
Tres eran las dedicaciones a las que entregaba su vida Lapabla, la ya mentada de las frases hirientes, criticar a todo quisqui y seguir la moda, explicada en el capítulo anterior, de ir cubierto de oro y llevar el pelo voluminado y ultrateñido. No parece una existencia muy envidiable pero, quien sabe, quizás era su mejor opción. Las escaleras de la vida cada uno las baja como puede, pero a mi me da que para quien más fácil resulta es para quien siempre sabe estar en su sitio.
Frastínez era una de las dianas preferidas de sus dardos envenenados y especialmente le sublevaba oirle decir uno de sus piropos preferidos: eres un gran trabajador. Ahí saltaba Lapabla ¡mira que dice, él nunca ha trabajado, nunca, nunca, falso, fantasma!.
Los chascarrillos de Frastínez eran bien recibidos y hasta eran repetidos por su público, en general indolente, que gustaba de esa burla suave a las verdades oficiales; hasta los servidores del régimen reían bajo la nariz. Eran unos tiempos en que los chistes sobre políticos, curas, monjas y sobre "lo que debía ser" se actualizaban a diario (chistes update se diría hoy); esperado era quien diría "sabes el último de...". Da la impresión de que la propaganda a favor (en contra es otra cosa) no había aprendido todavía que los temas y los lemas se deben constantemente actualizar para evitar que la arista de sana apatía, que en un grado todos tenemos, y que acaba por convertir en folclore todo lo que toca, haga de las solemnidades pasto de su humor.
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