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viernes, 4 de octubre de 2019

Yo, Sifón - Capítulo 16


Yo, Sifón, aún me acuerdo, vaya si me acuerdo de cuando una pareja me llevó en barco a pasar un día en Barcelona. Nunca me había visto antes enmedio del mar y en verdad me impresionó su inmensidad. ¿Podría ser un ente desconocido? ¿Un enorme procesador de información? ¿Un gran cerebro?.
La primera vez que oí hablar del viaje en barco fue en casa de Ticol, en Porto Pi y con vistas al puerto; Jorja defendió la practicidad del barco para travesías cortas como Palma-Barcelona: te evitas el trayecto al aeropuerto y soportar sus esperas y exhaustivos controles, los horarios del barco suelen ser convenientes y tomándolo por la noche aprovechas las horas del domir para viajar, viene a ser como si tu cama se desplazase. Yo siempre que puedo viajo en barco y en tren, interviene Marquesi, son algo más que un medio de transporte; los barcos son como hoteles, puedes moverte libremente y relacionarte, tienen cafetería, restaurante y algunos hasta terraza con piscina y discoteca; de manera más limitada los trenes son algo parecido. Y además tanto barcos como trenes son como museos invisibles de cuernos, son ideales para polvos al momento, apunta Salidez; ofrecen un anonimato muy motivador, aquí te pillo aquí te mato, y lo que allí pasa, el humo y el fuego, allí se quedan, como si nada hubiese ocurrido; lo digo por experiencia, mucho he hecho en ellos y no queda ni rastro. Dicho esto se ausentó para ir al baño, circunstancia que Ticol aprovechó para suspirar ¡ay Salidez! lo del sexo no lo tiene bien, todo lo que se mueve le prueba.
En la víspera de nuestro viaje me vi puesto en una bolsa grande de supermercado en compañía de variados productos de marca blanca: mortadela, pan de molde, galletas, latas..., lo que me recordó lo que en una ocasión oí "es un frustrado consumidor de marcas blancas, su deseo es que existiesen las marcas blanquísimas"; debo decir que no podía en aquel momento entender tal cargamento, sería lo que aconteció lo que me lo aclaró. El viaje de ida fue por la mañana en un barco rápido; mis temporales propietarios fueron de los primeros en subirse a bordo y ya sentados en la cafetería echaron mano de un termo y unas madalenas, ambos vecinos míos. Apareció una cara conocida, Plisolin se llamaba, y después de los saludos de rigor dijo "ahora vendrá un amigo, se está componiendo, se pasa el día arreglándose, se cree la persona más super guapísima del mundo, cuando aparezca sacará el tema de la belleza, bueno, no habla de otra cosa y, por favor, no se os ocurra no decir que nunca habéis visto nada tan guapo, de lo contrario se tiraría por la borda, se que tenéis buen sentido del humor". No había acabado de decir estas palabras cuando apareció el bellezón cuyo fulgor debía dañar nuestros ojos. Después de las presentaciones y con una pose que daba como a entender que se dignaba tratar con insignificancias, dijo "me he visto fatal en el espejo, este madrugón, y encima me he olvidado la crema de ojos de mosca albina ¿qué tal me veis?". Mejor imposible, dijo mi dueña. Nada te puedo decir que tú ya no sepas, viéndote me dan ganas de cambiar de acera, agregó mi dueño.
Bien verdad que tenian sentido del humor mis consumidores, bien que seguían la famosa sentencia de Güelita "de lo barato se puede dar mucho, y de lo gratis más". Nunca he entendido la avaricia en dar alabanzas y en manifestar los mejores deseos, cosas que nada cuestan y que tan buena predisposición hacia uno provocan. Tampoco puedo comprender al que vanidosamente quiere mirar sobre el hombro y que para ello necesita del aplauso y la admiración de quienes pretende despreciar.
Por fortuna, justo al salir de puerto, el barco empezó a brincar con gusto, lo que conllevó el fin de la reunión y por tanto me ahorró escuchar tan insulsa conversación. La mala mar acompañó toda la travesía, mi ama no paraba de decir que le iba a dar algo y pedía constantemente un poco de sifón; cariñosamente le era servido por su amor, y aunque sólo un dedito le daba, la advertía de que tanto beber le iba a sentar mal. Comprendí que hay personas a las que ni las peores circunstancias les pueden quebrar su profundo sentido del ahorro.
Quiso la casualidad que pocos días después de tan épico viaje fuese a parar, rellenado, a casa de Camella de María, en la calle Botería, y tan bien gran casualidad fue que conociese a la pareja y que le narrasen el viaje. Camella de María, a su vez se lo contó a un amigo; transcribo su insuperable narración: "Hay tacaños que creo disfrutan en no gastar al igual que les enferma el hacerlo. Una pareja de conocidos míos, que gozan de buena posición, fue a Barcelona en un viaje en barco de ida y vuelta el mismo día; barco pagado y encima hicieron negocio ya que fueron a entregar no me acuerdo qué. Él me contó lo bien que lo habían pasado durante largas horas en la Rambla "que animación sin parar, músicos, saltimbanquis, estatuas humanas, y qué restaurantes y cafeterías, grandes terrazas... pero allí no te puedes acercar, te ven venir". En vez de tirarse faroles de presunción, como harían muchos, me dijo feliz que se habían llevado bolsas con comida y bebida para pasar el día. Ni el barco ni Barcelona vieron un duro suyo. ¡Esto es turismo respetuoso con el medio ambiente!".

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