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jueves, 11 de julio de 2019

Yo, Sifón - Capitulo 2


YO, SIFÓN


Yo, Sifón, aún me acuerdo, vaya si me acuerdo de cuando estuve un largo tiempo en una estantería detrás de la barra del bar Los Luises, estaba casi enfrente de donde ahora me encuentro disfrutando de mi jubilación en Sa Sifonería. Mi estancia fue larga debido a mi situación que hacía que cuando el sifón era requerido pillasen a un colega más a mano que yo.
Los Luises funcionaba como un reloj: horarios, oferta de bollería -tenían ensaimadas-, calidad y presentación de los platos, orden y limpieza... y su clientela, fija en su gran parte, la consitituía básicamente gente de El Terreno y a primera hora de la mañana algunos rezagados de los abundantes Afters de la zona.
Uno de sus platos estrella era el bistec con patatas fritas y lo que más oí alabar eran las patatas. Un señor con pinta de saber que decía comentó que unas patatas tan bien fritas no se encontraban a kilómetros a la redonda.
Desde ese día creo en la reencarnación con la esperanza de en próxima existencia poder disfrutar unas patatas así.
Clientes destacables eran una pareja que, entre otras amistades, con frecuencia venían acompañados de "La Marquesa", un icono del barrio. El hombre era un gran, digamos, aficionado a las tragaperras, y cuando jugaba era continuamente reconvenido por su pareja, elegante dama, y cuando no jugaba se sentaba siempre con vistas a estas máquinas, abstrayéndose de su entorno y dando la impresión de sufrir pequeños espasmos cuando algo parecía allí ocurría.
Esta persona fue un precursor, un adelantado, una especie de santo macabeo, que nos anunciaba que se acercaba una era, la del móvil, en que los humanos tendrían el cuerpo delante de ti y su atención en las clouds.
Una intriga comenzó un buen día a turbar la rutina del bar. Un hombre se sentó junto a una ventana y se pasó allí largas horas mirando todo el tiempo al exterior. La escena se repitió día tras día e hizo que la intriga y curiosidad del personal de la casa y de los parroquianos casi llegase al paroxismo. Afortunadamente el enigma alguien a tiempo desentraño: vigilaba un bar, ya desaparecido, de la acera de enfrente y que había alquilado su ex junto con su nuevo futuro ex. Una vieja historia de posesividad, quizás tan vieja como el hombre.
Mucho he visto y sigo viendo y esa caja con sus botellas que tengo enfrente me revela que cuando mi forma de sifón, al igual que todas las formas, se destruya, sólo una certeza me acompañará: que los vinos Pol eran de Binissalem ¿o no?.


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